EL NOMBRE DE BUENOS AIRES
Por P. Carlos Buela, ve.
1. El acto de nominar
Dios al comienzo de los tiempos dio al hombre el poder de imponerles nombres a todos los vivientes (cf. Gn 2, 19-20). En el año 1536 de nuestra era cristiana, cuando el muy magnífico señor y Adelantado don Pedro de Mendoza impuso el nombre de Santa María del Buen Aire al puerto fundado por él, no hacía más que prolongar con el gesto el señorío dado por Dios al hombre sobre la creación.
El granadino, don Pedro, al bautizar dándole un título creaba una ciudad hasta aquel momento inexistente, la distingue de todas las otras, la constituye con realidad propia y singular, así permite que sea conocida y apellidada en el mundo entero, identificando a sus pobladores y arraigándolos a la misma, y la proyecta hacia el futuro con personalidad propia.
2. El nombre elegido
Y eligió llamarla con el de la Virgen: El nombre de la Virgen era María (Lc 1, 27) . Nombre escogido por Dios desde toda la eternidad para la Virgen, e inspirado por Él mismo a los progenitores para la Niña que el Cielo les dio cual flor de Jerusalem, y ha corrido de siglo en siglo apareciendo como «el más vivo reflejo de la sonrisa de la divinidad» (G. Roschini) para con el hombre, nombre que "abarca y simboliza / en la expresión que encierra / cuanto la débil existencia hechiza, / cuanto del sumo cielo a ver alcanza / el mísero mortal desde la tierra" (José Zorrilla).
Los nombres marianos, a semejanza de los nombres bíblicos teóforos, son expresión de confiada invocación, de agradecimiento y alabanza, de impetración y afecto ilimitado hacia la Reina de cielos y tierra. La imposición de estas denominaciones manifiestan la firme creencia del bautizante (don Pedro de Mendoza llevaba en su escudo nobiliario el lema: «Ave María, gratia plena»), la relación directa y personal con la Virgen, su corazón lleno de afectos y la intensidad de los sentimientos para con Ella, la invencible certeza en la protección maternal y lo hace como prenda y augurio de felicidad. El hecho épico del bautizo de la nueva ciudad exhala, incuestionablemente, un perfume de fragante piedad, de tierna devoción y de viril afecto hacia la Madre de Dios y de los hombres.
3. Uso posterior del título
Casi inmediatamente, la costumbre, que tiende a acortar los nombres largos, impuso solamente el título de la advocación: ¡Buenos Aires! Ya la llama así, al parecer, Ulrico Schmidt que había venido con la expedición de Mendoza. Pasó con Santa María de los Buenos Aires lo que ha pasado con tantos lugares como: Rosario, Pilar, Mercedes, Pompeya, Concepción, Milagro, Dolores, Socorro, Candelaria, Victoria, Carmen, La Paz, Asunción, La Piedad, etc., nombres todos de la Virgen Santa.
No deja de ser muy curioso que, no obstante haber dado el vizcaíno don Juan de Garay a la ciudad el título de la Santísima Trinidad y reservado para el puerto el nombre de la Virgen María el 11 de junio de 1580, haya primado la denominación del puerto sobre la ciudad.
Ello, tal vez, porque las gentes ya estaban acostumbradas al primer nombre, o porque la función principal de la ciudad era la de ser puerto (aún hoy día, se llama porteño el nacido en Buenos Aires por la circunstancia de ser ésta una localidad portuaria), o incluso—y quizá sea la razón más profunda—, porque Dios en su providencia tenía dispuesto lo que tan bien señala San Luis María Grignion de Montfort que, al no subsistir las razones por las cuales Dios ocultó a la Virgen durante la vida terrena, «Dios quiere revelar y descubrir a María, la obra maestra de sus manos, en estos últimos tiempos».
4. Origen de la advocación
La imagen original de la advocación epónima, Nuestra Señora de los Buenos Aires, se encuentra en Cagliari (Cerdeña), que era posesión española en la época de descubrimiento de América, en el convento de la Merced.
En 1370, una nave que se dirigía de España a Italia debido a una tempestad tuvo que arrojar al mar cantidad de bultos. Uno de ellos no se hundió sino que flotando delante de la nave y a la que parecía guiar, llegó a la costa de Cagliari, al abrir la caja se encuentran con una hermosa imagen de la Virgen María, de madera, con un Niño Jesús sonriente y rozagante que sostiene un globo representando el mundo en el brazo izquierdo, y en la mano derecha portaba un cirio encendido Luego, se le colocó—debido a un hecho portentoso—una nave o carabela, cuyo palo mayor es el cirio. Este está encendido porque así lo encontraron cuando abrieron la caja. La hermosa talla de puro estilo griego bizantino, probablemente haya tenido como primitiva advocación, según señala don Guillermo Gallardo, la de la Candelaria.
A esta imagen, según opinión de algunos, se la bautizó con el nombre de Bonaria (Buen aire) porque Fray Carlos Catalán, mercedario, fundador del convento, había profetizado que con la llegada de una imagen de la Virgen se limpiaría la ciudad de malaria (repárese en la palabra) y «buenos aires soplarán en esta tierra»; según otros, se la bautizó con el nombre de Bonaria porque así se llamaba la colina sobre la cual se levanta el convento mercedario.
Pronto se constituyó en Protectora y Patrona de los navegantes. Su fama pasó a España, por acción de los padres mercedarios y de los mismos navegantes españoles. Famosa fue la Cofradía de Mareantes de Sevilla, que tenía por titular a Santa María de los Buenos Aires, que no desconocía don Pedro de Mendoza, a quien en su testamento llama «Patrona y Abogada de todos sus fechos».
Gracias a la meritísima labor de Fray José Márquez, O. de M., se levanta un hermoso templo de estilo gótico italiano en honor de Nuestra Señora de los Buenos Aires, en avenida Gaona y Espinosa, en la ciudad que lleva su nombre, y al cual es un deber peregrinar.
Aún en el supuesto de que la denominación de la imagen original le adviniera del lugar, bíblicamente se encuentran serias razones por las cuales muy conveniente es esta advocación de Myriam de Judá: ¡Buenos Aires!, "Bello nombre—dice E. Larreta—, nombre de carabela venturosa. Henchido, soleado el velamen; blanco por sotavento; rubio por barlovento; la Virgen pintada en la lona. Bonanza".
5. Sentido teológico del título
¡Buenos Aires!: Porque la Virgen Inmaculada venció al "príncipe que ejerce su potestad sobre este aire, que es el espíritu que al presente domina en los hijos rebeldes" (Ef 2, 2); porque la Madre del Verbo, asunta a los cielos en cuerpo y alma, se adelantó a la final resurrección y fue "al encuentro del Señor en los aires" (1 Tes 4, 17); porque a medida que vayan pasando los tiempos y en la medida en que nos vayamos acercando al fin de los tiempos, Santa María ha de ir resplandeciendo cada vez más en misericordia, en fuerza y en gracia, defendiendo a los elegidos de los males postreros, uno de los cuales es la plaga en el aire: El séptimo ángel derramó su copa sobre el aire (Ap 16,17) y una humareda infernal oscurecerá el sol y el aire (Ap 9, 2) .
La Madre de Jesucristo, en su título de Buenos Aires, lleva la candela ardiendo en la mano para recordarnos a nosotros los hombres, sus hijos, de manera especial en las épocas de confusión y tinieblas, que Ella es Hija de Dios Padre que es un fuego devorador (Hb 12, 29); que es Madre de Dios Hijo, "Lumen de lumine", que ha de venir en medio de una llama de fuego (2 Tes 1, y que saldrán de sus ojos como llamas de fuego (Ap 1,14; 2,18; 19,12); que es Esposa de Dios Espíritu Santo, que descendió sobre Ella y los Apóstoles en forma de lenguas de fuego (Hech 2, 3); en una palabra, que Ella es Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad y que la devoción a Ella—si es auténtica—termina en la gloria del Dios Uno y Trino, en cuyo honor se fundara la ciudad aledaña al puerto de Santa María del Buen Aire.
La llama de la vela nos recuerda que el Hijo que lleva en sus brazos es la luz del mundo (Jn 8, 12) y que quien lo siga de verdad no andará en tinieblas (cf. ídem). Evoca al cirio pascual que representa a Cristo resucitado para nuestra justificación (Rom 4, 25) en cuya luz encendieron, nuestros padres y padrinos de bautismo, los cirios que, en nombre nuestro, recibieron y llevaron, para hacer patente que Dios nos ha llamado de las tinieblas a su admirable luz (1 Pe 2, 9), haciéndonos por el bautismo hijos de la luz (1 Tes 5, 5), más aún, luz en el Señor (Ef 5, . El cirio encendido que empuña María de Buenos Aires nos grita que debemos revestirnos de las armas de la luz (Rom 13,12) ¿cuáles? las que nos dieron en el bautismo de Jesucristo en el Espíritu Santo y en el fuego (Mt 3,11)- es la luz de la fe que nos hace permanecer firmes como si viéramos al Invisible (cfr. Hb 11, 27), de manera especial en los últimos tiempos en que los hombres apostatarán de la fe (1 Tim 4,1); es el fuego del amor: He venido a traer fuego a la tierra ¿y qué he de querer sino que arda? (Lc 12, 49), particularmente cuando por el exceso de la maldad se enfriará la caridad de muchos (Mt 24,12).
La Santísima Virgen velando por nosotros nos alecciona: Dios es luz y en El no hay tiniebla alguna (1 Jn 1, 5) y clama diciéndonos a todos y cada uno: reaviva el fuego del don de Dios que está en ti (2 Tim 1, 6), da el fruto de la luz (que) consiste en toda bondad, justicia y verdad (Ef 5, 9), sé apóstol de mi Hijo: Brille vuestra luz delante de los hombres (Mt 5, 16) .
Además, la Señora de Buenos Aires sostiene con su brazo una nave que significa la Iglesia militante, bogando a través del mar agitado de los tiempos, como el Arca de Noé (cf. 2 Pe 2,5), de allí que se la llame Madre de la Iglesia, tiene, también, un místico y profundo sentido vocacional: ¡Navega mar adentro! (Lc 5,4), de allí que se la llame Madre de las Vocaciones, ya que no sólo lleva a buen puerto sino que además, empuja a la más extraordinaria aventura que el hombre pueda realizar... ¡entregarse del todo a Dios!; tiene un sentido apostólico Echad la red a la derecha de la barca... y no podían arrastrarla por la muchedumbre de los peces (Jn 21,6), de allí que sea Reina de los Apóstoles y Estrella de la evangelización; asimismo, significa la gracia de la perseverancia final —que le pedimos en cada Ave María "ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte", por eso la Virgen es "esperanza nuestra" que tenemos como segura y firme ancla de nuestra alma (Hb 6, 19), al respecto enseña S. S. Juan XXIII: «Quien, agitado por las borrascas de este mundo, rehúsa asirse a la mano auxiliadora de María, pone en peligro su salvación». De manera especial, los hombres la buscarán como protectora al fin de los tiempos cuando las naciones estén aterradas por los bramidos del mar y la agitación de las olas (Lc 21, 25), cuando sean destruidas la tercera parte de las naves (Ap 8, 9), cuando se cumpla lo profetizado: Todo piloto y navegante, los marineros y cuantos bregan en el mar... clamaron... ¡Ay, ay de la ciudad grande, en la cual se enriquecieron todos cuantos tenían navíos en el mar...! (Ap 18, 18-19) cuando los hombres no sostengan el buen combate con fe y buena conciencia y "naufraguen en la fe" (cf. 1 Tim 1, 19).
Finalmente, aunque se deduce de todo lo dicho, recordemos que la Reina del Plata nos conduce a su Hijo Jesucristo, Rey de Reyes y Señor de los Señores. Para separar a la Virgen de Jesús o a Jesús de la Virgen, deberíamos serruchar la imagen original, ya que "la Virgen y el Niño... son de un solo trozo de madera" (Fray José Brunet, O. de M.) y, al parecer, de algarrobo. ¡Ambos, indisolublemente unidos, en el alma y corazón de Buenos Aires!
6. Proyección del acto fundacional
Este es el hecho esplendoroso y profético: La Santísima Virgen María dio su nombre al nuevo puerto recostado sobre la margen derecha del Río de la Plata. Luego, con el mismo nombre de la Madre de Dios se denominó la ciudad, constituyéndose así la Virgen en fundadora de la misma y hoy, a las puertas del tercer milenio, esta ciudad tiene el santo orgullo de ser la única megalópolis de todo el ámbito de la cristiandad –más aún, del planeta–, de ostentar el nombre sencillo y fuerte, dulce y espléndido de la humilde Virgen de Nazaret que dio carne de su carne y sangre de su sangre para que el Hijo de Dios, el Verbo eterno, se hiciera hombre en sus purísimas entrañas. Con ese mismo nombre se creó la Diócesis el 30 de mayo de 1620, se erigió la Arquidiócesis el 5 de marzo de 1865 y fue designada como Primada de la República Argentina el 29 de enero de 1936. Da nombre, también, al primer Estado argentino, la Provincia de Buenos Aires, la más importante, la más poblada y la más extensa de la República con 307.569 Km2 de superficie. Más aún, por ley del Congreso Nacional del 20 de setiembre de 1880 fue declarada capital de la República Argentina, es decir, cabeza del país, siendo sede de los poderes supremos. En la actualidad, más de 25 millones de argentinos tienen a la ciudad de María, Madre en el Belén y en el Calvario, por capital federal y al susurrar su nombre la invocan, aún sin saberlo.
Debemos agregar que la Pontificia Universidad Católica Argentina, que existe desde hace más de 22 años y que ya ha dado más de 8.500 graduados a la Patria, se precia en llevar su nombre y tiene el alto honor de tenerla por augusta y celestial Patrona.
¿Será vano el deseo de anhelar que la Madre de Jesús, en su título de Buenos Aires, tenga en nuestra Patria la fiesta litúrgica propia los 24 de abril?
¿Habrá alguien que pensará que está pasada de moda esta advocación reservándola sólo para la época de las carabelas? ¿Olvidará acaso que estamos en la época de los grandes barcos, de los portaaviones, de los submarinos nucleares y que todos sus navegantes desean—al igual que sus antepasados—llegar a buen puerto? ¿Olvidará, acaso, el auge de los deportes náuticos y aéreos que necesitan de buenos vientos y mar apacible? ¿No recordarán la actual importancia del transporte aéreo con sus navegantes, sus naves espaciales, sus aeronaves y sus aeropuertos con su necesidad imperiosa de bonanza? ¿No es importante todo el inmenso conjunto de las comunicaciones, de la telegrafía, telefonía, télex, televisión, radiofonía —sea en sus ondas largas o cortas, frecuencia modulada, bandas especiales, radioaficionados, etc.— incluso vía satélite, cuyas ondas, que cruzan los aires, deben llegar a destino sin interferencias y al servicio de la verdad, el bien y la belleza? ¿Acaso es baladí el actualísimo problema ecológico de la "polución ambiental", del "smog", que clama para que los hombres no hagamos malos los buenos aires, absolutamente indispensables para la salud humana y para la conservación de los recursos naturales? ¿Y la necesidad de serenidad, de paz, de que amaine la tempestad de los espíritus en tantos rincones de la tierra?
La Reina de Buenos Aires tiene una palabra muy propia que decir a todo este fulgurante mundo de actualísimas realidades humanas.
7. ¿Sólo un apelativo?
El nombre dado al poblado fue tan sólo un simple apelativo, o, más bien, ¿fue, es y será el indicador de una característica especial, signo de una misión especial y, tal vez, su singularidad más honda? Pensamos más bien, que esto último es lo exacto. Recordando S. S. Pío XII su estadía con nosotros, 13 años después de haber estado en Luján como peregrino, decía: «Al entrar en aquella Basílica... nos pareció que habíamos llegado al fondo del alma del gran pueblo argentino» y más recientemente S. S. Juan Pablo II refiriéndose a Hispanoamérica afirmó: «Todo este inmenso continente vive su unidad espiritual gracias al hecho de que Tú eres la Madre».
Creemos que el nombre de la Madre de la Iglesia, dado por los fundadores a la capital de nuestra Patria, marca la característica religiosa de nuestro pueblo, su más honda peculiaridad y es una invitación permanente a ser fieles a las exigencias de la luz hecha fuego, que nos guía desde los brazos de la Virgen de los Buenos Aires. ¡Más de 25 millones de argentinos al conjuro de su nombre la evocan, la llaman y la recuerdan!
8. Saltando los siglos
Un Pablo con ansias de luz y sed de redención recaló en Puertos Buenos (Hech 27, , un Pedro y un Juan, como apóstoles de "la última cruzada" (Vicente Sierra) plantaron la cruz en estas tierras cercanas al puerto de Buenos Aires para que llegara aquí la redención de Cristo. Y así de Mendoza y de Garay, imitando al de Tarso, trajeron aquí el espíritu del Cid y de Pelayo, de Isabel y de Fernando, de Recaredo y de Santiago. ¡Cuántos de nuestros jóvenes de hoy, que viven según el señorío cristiano, son auténticos herederos de estos "hijos dalgos"!
Han pasado 400 años desde la segunda y definitiva fundación de Santa María del Buen Aire. La aldea se ha convertido en megalópolis. El antiguo villorrio hizo estallar sus límites por los cuatro costados, incluso, ganándole terreno al río "ancho como el mar". Hoy los subterráneos serpentean en sus entrañas; poderosos aviones surcan su cielo; grandes barcos llegan a sus muelles; cientos de miles de autos pisan sus calles; sus altos edificios parecen tocar las nubes; cientos de ondas de radio y TV atraviesan su aire; la traza de nuevas autopistas cambian a diario su fisonomía; las decenas de habitantes se han convertido en millones... Estamos en los umbrales del año 2000.
En estos 400 años la Virgen Madre nunca jamás nos abandonó de sus manos, ni nos dejó caer de junto a su corazón.
Cuando otros pueblos ya se han entregado totalmente a la fría tecnocracia o al esclavizante materialismo, la ciudad de Santa María de los Buenos Aires se dispone, como signo de gratitud y reconocimiento perpetuo, a erigir la Cruz en el Río de la Plata de casi 200 metros de alto, como memorial del 4to. Centenario de la 2da. Fundación y el ler. Centenario de su Federalización constituyendo, además, el cumplimiento del voto del XXXII Congreso Eucarístico Internacional realizado en Buenos Aires en 1934 (podría sumarse el recuerdo de la primera vez que un Papa nos visita, dado caso de que ocurra, como se prevé). Frente a la descomposición espiritual del mundo actual, esta decisión adquiere caracteres de epopeya. ¿No es éste un acto trascendente que rememora aquellos épicos fundacionales y que ha de marcar, indeleblemente, el rostro cristiano de la urbe?
Ya tenemos la Cruz del Sur que nos cobija desde el Cielo. Pronto tendremos, gracias a Dios, la Cruz del Río que ha de ser el crisma que unja la ciudad en su puerto como la frente del confirmado, "la marca de los elegidos" (cf. Ap 7,3) . El mismo isótopo, emblema o logotipo elegido por la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires para la celebración de los 400 años ¿no representa la cruz alegórica del sentimiento e inspiración confesional de don Juan de Garay, y su continuidad a través de los siglos?
La Madre de Buenos Aires seguirá estando al pie de la Cruz (cf. Jn 19, 25) cobijando a los argentinos por hijos y nosotros aceptándola de Jesucristo en Cruz por Madre: "Hijo, he ahí a tu Madre" y diciéndole con el poeta:
"Nuestra Señora de los Buenos Aires:
Antes de que aparezca el Anticristo,
Pídele a Dios que funde a Buenos Aires
Por tercera vez, pero en Jesucristo".
(Francisco L. Bernardez)
La Cruz en el Río, una gracia más de la Madre, Nuestra Señora de los Buenos Aires, será para todos los argentinos signo de alianza con Dios –así lo marcará su trazo vertical emergiendo del agua y dirigiéndose hacia el cielo–, y señal de compromiso responsable frente a todo hermano, en especial al más necesitado –como lo expresará en su línea horizontal de amplio abrazo de amor–. Tarea diaria para desarrollar los talentos recibidos de Dios, luz indefectible que ilumine los senderos de los próximos siglos para nuestros descendientes, estandarte y corona, gracia y gloria. Cruz que dejará una impronta indeleble en la ciudad y en la Nación toda y que en su muda elocuencia gritará: ¡Buenos Aires, con este signo vencerás!.
Sepa el pueblo argentino estar a la altura de su misión. Buenos Aires, junio de 1980