Sobre la actualidad de las Ordenes de Caballería



Puede parecer que la Caballería hoy es algo lejano, abstracto, de otros tiempos, pero el espíritu de la caballería, que no es otro que el de la defensa de los valores del Evangelio, la santificación personal, la defensa de los más débiles y la ayuda mutua, sin importar el origen, la condición o el pensamiento del otro, siguen teniendo absoluta vigencia. Bien es cierto que las instituciones se modifican con los años y la caballería, que es milenaria, ha evolucionado a lo largo de todos estos siglos y su carácter, un día militar y guerrero, ha cambiado las armas por otras formas de lucha y desempeñan muchas de estas Instituciones, loables actividades humanitarias y asistenciales. Ello no quiere decir que otras no sean meras maquinarias de producción de honores y distinciones para satisfacer egos y vanidades personales, o selectos clubes que, en lugar de poner en práctica los principios de amor fraterno de la Iglesia, se autoexcluyen del resto de la sociedad en selectos ghettos.


El verdadero caballero es el que ayuda al prójimo sin que se sepa, el que defiende al débil, el que cumple con sus obligaciones morales, el que busca la perfección a través de la imitación de Cristo Jesús, el que concilia y no se enfrenta, el que lucha contra las desigualdades, el que ejerce la corrección fraterna con humildad y espíritu constructivo y no calla cobardemente.


Sin estos parámetros, las Corporaciones de Caballería no serían más que selectas reuniones de Damas y Caballeros llenos de entorchados y bandas vacíos y huecos. Quien se compromete a llevar, con honor, una cruz sobre su pecho, debe de cargar con la cruz sobre sus hombros y seguir a Cristo hasta el final. No en vano, ser investido Caballero es un sacramental, en el que se adquiere un compromiso personal y fundamental ante Dios, delante de un sacerdote, en el que el investido, sin dejar su estado, se compromete a intentar vivir de manera heroica las virtudes cristianas.


La Caballería tiene su origen en las Cruzadas, y el nacimiento de las diversas Órdenes es variado: la conquista de Tierra Santa, la asistencia y escolta de los peregrinos, la atención a los enfermos, la custodia de lugares sagrados... Balduino II tuvo especial influencia en el nacimiento de las Órdenes de Caballería, como también lo tuvo San Bernardo de Claraval. Los Caballeros eran monjes y soldados a un tiempo, vivían en comunidades sujetos a una regla y con votos de pobreza, obediencia y castidad. Sus fines eran la defensa de los peregrinos, de los pobres, de los enfermos, da las viudas, de los huérfanos y la defensa de la fe y de la Iglesia. Desde nuestra perspectiva de hoy es difícil comprender cómo el Evangelio se puede hacer compatible con las armas.


No pueden juzgarse hechos pretéritos con la visión contemporánea y sería excesivamente prolijo, en este momento, hacer un análisis pormenorizado de las mentalidades, la sociedad, la economía y la cultura medioevales. Pero pensemos que estamos ante una sociedad que convivía con naturalidad tanto con la violencia como con la muerte. Si reflexionamos un poco, nos daremos cuenta que la nuestra tampoco está tan alejada de ambas circunstancias y que cada momento histórico posee características singulares que no alteran ciertos comportamientos consubstanciales al ser humano y que se camuflan bajo diversos mantos, según las épocas.


Al igual que en cualquier otra Orden Monástica, aquéllos que deseaban ingresar en la Caballería debían pasar por un período de noviciado, tras el cual pasaba a ser escudero y, finalmente, caballero en una solemne ceremonia denominada Investidura o Cruzamiento. Estas ceremonias estaban presididas por el Gran Maestre de la Orden o un Delegado Magistral y celebradas por un Obispo o Abad. Antes de ella, tenía lugar la vela de armas.


Durante la ceremonia el que iba a ser armado Caballero, tras las formalidades que proveían los diferentes Estatutos, prestaba juramento, hacía sus votos y era investido. En ese momento se le entregaban la capa, la espada, el cíngulo y las espuelas de oro. Esta ceremonia, con ligeras variaciones, se ha mantenido hasta el día de hoy.


Con el paso de los tiempos las Órdenes perdieron su carácter militar y se convirtieron en honorarias, así, las Instituciones Caballerescas se dividen, desde la perspectiva de hoy, en diversas categorías. Distintos autores han realizado taxonomías de las mismas que varían según las metodologías utilizadas.


Órdenes Pontificas son aquéllas que se confieren directamente por la Santa Sede y que emanan de la soberanía espiritual de la Iglesia, siendo por tal motivo consideradas superestatales. Señalaré que la Santa Sede, además de sus Órdenes, únicamente reconoce a las Órdenes de Malta, Santo Sepulcro y Teutónica. Ello no quiere decir que tenga por falsas al resto, sino que estas tres Corporaciones, como un su día también lo estuvo la del Temple hasta su disolución, tienen una especial vinculación con el Primado de Pedro.


Se llama Orden Dinástica a aquélla que pertenece al patrimonio de una Familia Soberana, reinante o no y que ha pertenecido siempre a ella sin formar parte del patrimonio del Estado en el que ejercen o han ejercido su soberanía, sin embargo una Orden Familiar es aquélla que, perteneciendo a una Familia Soberana, por disposición testamentaria o estatutaria se transmite a otra dinastía.


Una Orden Semi-independiente es aquélla que no pertenece a la colación directa de la Autoridad de que depende, pero que, a pesar de su práctica autonomía, en algunas cuestiones, como es el caso de la designación del Gran Maestre, depende de esa superior Autoridad.


Una Orden Magistral es la que aúna el Derecho Canónico con el Internacional, conviertiéndose en un Estado sin territorio y cuyo Gran Maestre goza de la Soberanía plena.


Orden Nobilitante es la que confiere la nobleza (bien personal, bien hereditaria, dependiendo de los Estatutos) a sus Miembros.


Una Orden Estatal es aquella que forma parte del patrimonio de un Estado, y puede ser, bien Caballeresca o bien de Mérito. Mención aparte merecen las Corporaciones de Caballería, un fenómeno bastante extendido en la Península Ibérica, conformado por Instituciones que, teniendo normalmente un origen piadoso, guerrero, aglutinante o, incluso –en algunos casos- educativo y lúdico, mantienen los principios de la Caballería, bien acogidas al Derecho Canónico o al Civil, eligiendo libremente a sus Juntas de Gobierno, aunque, en muchos casos, la Presidencia Honorífica de las mismas recaiga en una Persona Real.


Por último una Orden se considera suspendida cuando no se producen nombramientos en la misma y Extinguida, cuando han transcurrido cien años desde la muerte del último caballero.


Actualmente, como antaño, cada Orden posee diversos Estatutos que fijan los diversos grados de Miembros. Algunas no poseen más que un único grado, unas son exclusivamente masculinas, otras exclusivamente femeninas, otras mixtas. La graduación suele ser Gran Collar, Gran Cruz, Comendador de Placa, Comendador, Caballero, en algunas existen los grados de Bailío, Prior, Gran Oficial, Oficial y otras, adecuándose a las tradiciones de cada Institución.


Ordo Bonaerensis

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